Diez millones de aves han cruzado el Estrecho en los últimos 20 años


 

“Esperamos pasar los próximos veinte años contando aves”, explica su presidente, Miguel Ferrer, que destaca que el Estrecho de Gibraltar es, además de un observatorio privilegiado de aves, un “laboratorio privilegiado” sobre los efectos del cambio climático. En estos veinte años equipos de ornitólogos profesionales apoyados por voluntarios y colaboradores (más de 1.500) han estudiado las migraciones de las aves, desde julio hasta octubre, en observatorios fijos.

En estos veinte años han contabilizado el paso de 9.817.479 aves planeadoras, entre ellas tres millones y medio de cigüeñas y 6,3 millones de aves de presa. En estos veinte años continuados de conteos se ha detectado un aumento generalizado, salvo alguna excepción, del tráfico en este paso, lo que evidencia una recuperación de la mayoría de las poblaciones.

En la campaña del 2018, desde el 5 de julio al 5 de diciembre, se han contado 473.000 aves planeadoras en paso, que incluyen 138.000 cigüeñas y 335.000 rapaces, pertenecientes a 32 especies diferentes.

Los censos se realizan desde los observatorios de Cazalla y Algarrobo, en Tarifa y Algeciras. Desde allí se han divisado especialmente especies como el milano negro (170.000 individuos), cigüeña blanca (134.000), halcón abejero (91.000), águila calzada (37.000) y águila culebrera (24.000), e incluso cifras elevadas de algunas especies amenazadas como la cigüeña negra (4.000) y el alimoche (3.500).

También se ha registrado el paso de decenas de garzas y espátulas y se han contabilizado 306.000 pequeños migrantes (paseriformes y grupos afines pertenecientes a 53 especies, que incluyen 27.000 abejarucos, 13.000 vencejos, 3.000 alondras, 56.000 aviones y golondrinas (5 especies), 9.000 bisbitas y lavanderas, 145.000 fringílidos, 30.000 estorninos y 20.000 gorriones.

Asimismo se han registrado 323.000 aves marinas en tránsito por el Estrecho, pertenecientes a 45 especies, porque el Estrecho de Gibraltar acoge tanto las migraciones de norte a sur, de las aves que viajan desde Europa a África, como de este a oeste, de las que se desplazan entre el Mediterráneo y el Atlántico.

Entre las aves marinas que han pasado por el Estrecho se incluyen 295.000 pardelas cenicientas, 8.000 pardelas baleares, 13.000 alcatraces, 4.100 gaviotas y charranes (de once especies), 500 págalos, 1.000 alcas y frailecillos, y 700 anátidas (de seis especies).

“El Estrecho tiene una peculiaridad, aquí se unen el Mediterráneo, que es como un plato llano y se calienta antes, y el Atlántico, que no le sucede lo mismo. La diferencia de temperatura es cada vez mayor y eso hace, por ejemplo, que los vientos sean más potentes”, explica el profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Contando y observando las aves migratorias cada año, los científicos de la Fundación Migres han constando que los pájaros están cambiando muchas de sus costumbres viajeras. “Ha cambiado el tiempo que pasan aquí, ahora vienen antes y se van más tarde” porque los inviernos son más suaves. “Antes con temperaturas más frías era imposible que se quedaran”.

Incluso hay especies que poco a poco han dejado de ser migratorias. La más llamativa es la cigüeña blanca, que antes era un ave estrictamente migrador, o el águila culebrera. También se ha detectado un aumento de la presencia de especies antes residían exclusivamente en África y que ahora ya se han asentado también en la península, como el bulbul, el ratonero moro, el halcón borní, el buitre de Ruppel o el buitre dorsiblanco.

Que debido al cambio de temperatura muchas especies no necesiten migrar no parece en principio un problema. “Tiende a ser bueno desde el punto de vista de que suele conllevar un crecimiento de las poblaciones, como es el caso de la cigüeña blanca”, añade el científico. Pero también tiene consecuencia para otras cuestiones. “Las aves son portadoras de semillas, tendrá una repercusión en la distribución de las plantas”, indica Ferrer.

Las migraciones de aves “facilitan también la generación de nuevas especies”, como ocurre cuando un grupo, por un error en su itinerario o por una tormenta o cualquier otra circunstancia, llega a un lugar incorrecto y se queda en él, generando mecanismos para adaptarse

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